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(Artículo publicado en la revista literaria
Papel Literario Digital)
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El decisivo derecho de saber la verdad, no requiere de postulados que hagan soflama en ningún sentido. Sólo necesita de ella misma. Evidentemente, atender a esta aseveración desde la arbitraria y subjetiva disposición a la que nos conducen los medios de comunicación, conlleva una resignación descreída. Auspiciados por plataformas económicas, favorecen el interés del consumo en su amplio espectro de crear necesidades nada necesarias. Y así, desentenderse de la vinculación estrecha que existe entre la veracidad de los hechos sociales y la libertad de los seres humanos. La sumisión a aquéllos, se denota en el empobrecimiento de la lengua hablada y el desconcierto de la memoria. El fundamento ético se integra en la propia conciencia humana. En la voluntad de discernir, hallamos la actitud de evitar la uniformidad del pensamiento.
Aun cuando han transcurrido sesenta años de su muerte, continúa siendo reveladora y de una fuerza incipiente, el compromiso social y moral que desplegó en sus creaciones. Se definía a sí mismo como un escritor político. Su vida y obra reflejan el credo y dicho de una conducta y estilo, acendrados hasta la extenuación.
Apostilló con crudeza, la expiación de la culpabilidad que le asolaba como un espectro, a través de la escritura. A los dieciocho años, abandonó el elitista Eton college, tras haber ingresado mediante una beca. Entre 1922 y 1927, ejerció como miembro de la policía imperial británica en Birmania. "Para odiar el imperialismo es necesario formar parte de él. (...) No quería volver a tomar parte en aquél cruel despotismo. (...) Durante cinco años, yo había sido una pieza de su sistema de opresión, y me remordía la conciencia con ello". Estos dos hechos, unidos a los nueve años que malvivió tratando de sobrevivir con la escritura, le marcaron profundamente.
Como consecuencia, tras su regreso a Inglaterra, se identifica con la clase obrera y va tomando paulatinamente un grado implicación cada vez mayor con el proletariado. Se deshace de cualquier atisbo de artificio, y define con rotundidad sus opciones políticas. Aunque puedan tildarse de ingenuas, no son menos vigentes hoy día, "socialismo significa justicia y simple decencia". Pero ello no era óbice para mantener una posición equidistante, ante el esnobismo de socialistas de clases medias e intelectuales de izquierdas. De ahí su decisión de convertirse en militante antifascista, marchando hacia España para hacer frente al golpe militar de 1936. Esta experiencia se hace testimonio directo y estremecedor, en la obra que representa su inquebrantable compromiso, Homenaje a Cataluña. Es una descarnada descripción que, por su sencillez y sinceridad, compone un bello, emocionado y absorbente canto a la verdad sin tapujos ni elucubraciones políticas interesadas, "ha aumentado, en vez de disminuirla, mi fe en la decencia de los seres humanos". Llegó a Barcelona a finales de diciembre de 1936 y escapó, huyendo con su mujer, el 23 de junio de 1937, de la persecución a la que fue sometido por pertenecer al POUM -Partido Obrero de Unificación Marxista-,ilegalizado el 15 de junio de 1937, acusados sus miembros de "traidores" a la causa republicana. Fue un triste desengaño "Sé que está de moda decir que la mayoría de la historia es mentira en cualquier caso. Estoy dispuesto a admitir que, en su mayor parte, la historia es inexacta y parcial; pero lo que es característico de nuestra época es el abandono de la idea de que puede escribirse la historia objetivamente".
Eric Blair ( Motihari, -Bengala- 1903 - Londres, 1950 ), más conocido como George Orwell, escritor, articulista, crítico y ensayista, fue el autor de la novela 1984. Su título proviene de una sutil inversión de las dos últimas cifras correspondientes al año en que finalizó la versión definitiva, 1948. Fue publicada en 1949, unos meses previos a su muerte. Había barajado la posibilidad de titular su obra con el apocalíptico título de The Last Man in Europe. Finalmente, las cifras hicieron de una intrigante invitación a un futuro sórdido, oscuro y lóbrego.
Es una novela que se aparta de los inventos que pudieran reconocerla como "ciencia ficción". La carencia absoluta de sofisticación, apelando a un mundo avanzado, tiene su única representación en las telepantallas, con la vigilancia omnipresente y omnipotente del Gran Hermano, y que, asimismo, muestran dosis de odio ajustadas. En la sociedad del futuro, la verdadera evolución ha sido la del poder, y su especialización en la dominación política mediante el terror para el control de las personas. A pesar de las consecuencias dramáticas de sus principales protagonistas, la rebeldía impregna esta obra. La necesidad de reivindicar Winston Smith y Julia la memoria personal y los anhelos sexuales, respectivamente, son actos de desobediencia civil y constituyen un reto a las normas totalitarias impuestas en Oceanía. Esta rebeldía se muestra revolucionaria involuntariamente. Sin vocación heroica. Quieren ser sencillamente humanos en un mundo en el que el individualismo resulta una amenaza.
Pero observando con cierta reflexión la actual situación social, ésta tiene en la novela un parangón lingüístico acusado que apela a un determinismo creciente. El contexto en el que las opciones audiovisuales proclaman la negación del esfuerzo intelectual, cercena la expresión de nuestro pensamiento y sentimiento. La destrucción de las palabras consigue la pérdida del simbolismo y la interactuación entre objetos y conceptos. Se trata de una catalogación en la que no se haya diferenciaciones cualitativas, y la simplificación es un valor añadido. Las connotaciones y matices se generalizan, produciendo un efecto equívoco.
A efectos prácticos, la pérdida de las palabras consigue la limitación del conocimiento. En la "neolengua" de 2.010, como en aquella de 1984, la manipulación es la expresión burda de la información. La reducción de términos se normaliza con un efecto placebo. La lengua se gobierna y corrompe. El significante hipócrita no se corresponde al significado de lo real y existente. Como expresaba recientemente Barack Obama, al recibir el premio Nobel de la Paz, "soy el comandante jefe de un país que está en dos guerras y con ellas vamos a demostrar la paz". Las sociedades se rearman para la paz. Las medidas políticas se toman para favorecer la felicidad. La alienación, en los países desarrollados, se reafirma en la práctica compulsiva del consumo. Este dislate pasa a ser moneda de cambio para convencernos de su inutilidad.
Las conciencias se calman. Las referencias tecnológicas actuales responden a la inmediatez. Utilizan códigos exclusivos para las ideas y emociones, renunciando al lenguaje. En otros casos, los debates y coloquios que parecen favorecer el análisis, se articulan bajo las digresiones más interesadas, incorporando conceptos y expresiones de difícil comprensión.
La honesta creación literaria del autor inglés, tenía como rasgo expresivo la claridad. Esa que tanto se echa de menos. "Y además, también es verdad que uno no puede escribir nada que valga la pena leerse a menos que uno combata constantemente para borrar su propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana".
Aun cuando han transcurrido sesenta años de su muerte, continúa siendo reveladora y de una fuerza incipiente, el compromiso social y moral que desplegó en sus creaciones. Se definía a sí mismo como un escritor político. Su vida y obra reflejan el credo y dicho de una conducta y estilo, acendrados hasta la extenuación.
Apostilló con crudeza, la expiación de la culpabilidad que le asolaba como un espectro, a través de la escritura. A los dieciocho años, abandonó el elitista Eton college, tras haber ingresado mediante una beca. Entre 1922 y 1927, ejerció como miembro de la policía imperial británica en Birmania. "Para odiar el imperialismo es necesario formar parte de él. (...) No quería volver a tomar parte en aquél cruel despotismo. (...) Durante cinco años, yo había sido una pieza de su sistema de opresión, y me remordía la conciencia con ello". Estos dos hechos, unidos a los nueve años que malvivió tratando de sobrevivir con la escritura, le marcaron profundamente.
Como consecuencia, tras su regreso a Inglaterra, se identifica con la clase obrera y va tomando paulatinamente un grado implicación cada vez mayor con el proletariado. Se deshace de cualquier atisbo de artificio, y define con rotundidad sus opciones políticas. Aunque puedan tildarse de ingenuas, no son menos vigentes hoy día, "socialismo significa justicia y simple decencia". Pero ello no era óbice para mantener una posición equidistante, ante el esnobismo de socialistas de clases medias e intelectuales de izquierdas. De ahí su decisión de convertirse en militante antifascista, marchando hacia España para hacer frente al golpe militar de 1936. Esta experiencia se hace testimonio directo y estremecedor, en la obra que representa su inquebrantable compromiso, Homenaje a Cataluña. Es una descarnada descripción que, por su sencillez y sinceridad, compone un bello, emocionado y absorbente canto a la verdad sin tapujos ni elucubraciones políticas interesadas, "ha aumentado, en vez de disminuirla, mi fe en la decencia de los seres humanos". Llegó a Barcelona a finales de diciembre de 1936 y escapó, huyendo con su mujer, el 23 de junio de 1937, de la persecución a la que fue sometido por pertenecer al POUM -Partido Obrero de Unificación Marxista-,ilegalizado el 15 de junio de 1937, acusados sus miembros de "traidores" a la causa republicana. Fue un triste desengaño "Sé que está de moda decir que la mayoría de la historia es mentira en cualquier caso. Estoy dispuesto a admitir que, en su mayor parte, la historia es inexacta y parcial; pero lo que es característico de nuestra época es el abandono de la idea de que puede escribirse la historia objetivamente".
Eric Blair ( Motihari, -Bengala- 1903 - Londres, 1950 ), más conocido como George Orwell, escritor, articulista, crítico y ensayista, fue el autor de la novela 1984. Su título proviene de una sutil inversión de las dos últimas cifras correspondientes al año en que finalizó la versión definitiva, 1948. Fue publicada en 1949, unos meses previos a su muerte. Había barajado la posibilidad de titular su obra con el apocalíptico título de The Last Man in Europe. Finalmente, las cifras hicieron de una intrigante invitación a un futuro sórdido, oscuro y lóbrego.
Es una novela que se aparta de los inventos que pudieran reconocerla como "ciencia ficción". La carencia absoluta de sofisticación, apelando a un mundo avanzado, tiene su única representación en las telepantallas, con la vigilancia omnipresente y omnipotente del Gran Hermano, y que, asimismo, muestran dosis de odio ajustadas. En la sociedad del futuro, la verdadera evolución ha sido la del poder, y su especialización en la dominación política mediante el terror para el control de las personas. A pesar de las consecuencias dramáticas de sus principales protagonistas, la rebeldía impregna esta obra. La necesidad de reivindicar Winston Smith y Julia la memoria personal y los anhelos sexuales, respectivamente, son actos de desobediencia civil y constituyen un reto a las normas totalitarias impuestas en Oceanía. Esta rebeldía se muestra revolucionaria involuntariamente. Sin vocación heroica. Quieren ser sencillamente humanos en un mundo en el que el individualismo resulta una amenaza.
Pero observando con cierta reflexión la actual situación social, ésta tiene en la novela un parangón lingüístico acusado que apela a un determinismo creciente. El contexto en el que las opciones audiovisuales proclaman la negación del esfuerzo intelectual, cercena la expresión de nuestro pensamiento y sentimiento. La destrucción de las palabras consigue la pérdida del simbolismo y la interactuación entre objetos y conceptos. Se trata de una catalogación en la que no se haya diferenciaciones cualitativas, y la simplificación es un valor añadido. Las connotaciones y matices se generalizan, produciendo un efecto equívoco.
A efectos prácticos, la pérdida de las palabras consigue la limitación del conocimiento. En la "neolengua" de 2.010, como en aquella de 1984, la manipulación es la expresión burda de la información. La reducción de términos se normaliza con un efecto placebo. La lengua se gobierna y corrompe. El significante hipócrita no se corresponde al significado de lo real y existente. Como expresaba recientemente Barack Obama, al recibir el premio Nobel de la Paz, "soy el comandante jefe de un país que está en dos guerras y con ellas vamos a demostrar la paz". Las sociedades se rearman para la paz. Las medidas políticas se toman para favorecer la felicidad. La alienación, en los países desarrollados, se reafirma en la práctica compulsiva del consumo. Este dislate pasa a ser moneda de cambio para convencernos de su inutilidad.
Las conciencias se calman. Las referencias tecnológicas actuales responden a la inmediatez. Utilizan códigos exclusivos para las ideas y emociones, renunciando al lenguaje. En otros casos, los debates y coloquios que parecen favorecer el análisis, se articulan bajo las digresiones más interesadas, incorporando conceptos y expresiones de difícil comprensión.
La honesta creación literaria del autor inglés, tenía como rasgo expresivo la claridad. Esa que tanto se echa de menos. "Y además, también es verdad que uno no puede escribir nada que valga la pena leerse a menos que uno combata constantemente para borrar su propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana".
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Pedro Luis Ibáñez Lérida
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