jueves, 23 de enero de 2014

Reseña de "La palabra en llamas", por José de María Romero Barea en Vísperas, revista contemporánea de reseñas literarias.


http://www.revistavisperas.com/la-palabra-en-llamas-de-mario-alvarez-porro/“Hace tiempo eres ceniza, pero siguen vivos, como ruiseñores, tus cantos”. Después de Calímaco no es posible escribir poesía, ni siquiera los versos más tristes. Ni esta noche ni nunca. El dolor de un poeta nunca está a la altura. Así que poemas los justos. Poetas los justos. Si acaso, los que saben callar. Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977) es uno de ellos.
“La poesía es una Ramera, se lanza a por ti, a adueñarse de todo”. Vicente Núñez condena a la poesía que nos aísla en una realidad auto-referencial, anulándonos. En La palabra en llamas (Ediciones en Huida, 2013), Mario Álvarez hace arder las palabras, las herramientas de la Ramera, pero su fuego es amigo, danza del juego, discurso ético y estético: la verdad es mentira. Su poemario es pura lírica, subjetividad, escritura sobre una escritura que ignora la mirada del Otro (que ya se sabe, desde Rimbaud, que es uno mismo): “… este dolor tan insatisfecho/ que vamos arrebatando al fracaso/ mientras bailamos entre sus cenizas”, XI.
La palabra… habla de callar, aunque “no un mero estar callado, sino esa actitud que nos orienta … hacia las simas insondables de la existencia”. Lo apunta el filósofo Rubén Muñoz en el prólogo. Negociando el dolor (Ediciones en Huida, 2011), opera prima del poeta sevillano, hablaba del desconsuelo de un poeta contra un mundo donde no existe el consuelo (“soy animal que echa a volar/ no soy animal que vuela…”, XXXVIII). En La palabra…, cada poema expresa la necesidad de escribir un poema, una poesía que nos acerque al dolor y al mismo tiempo nos libere (“si no alcanzan las palabras/ a llegar al cielo y volver … será que hay nombres sin nombre”, XXI). Pero las palabras no dejan comunicarnos, no permiten remontar el vuelo. De ahí el anhelo por hallar una expresión libre, estos poemas que reconocen de forma implícita y explícita a Bécquer, José Ángel Valente, Juan Ramón Jiménez, una tradición que expresa el horror ante la visión de la palabra, su división en significante y significado, su pertenencia a una tribu. En el poema en prosa “el lugar imposible” se lleva al límite la fragmentación de emisor y mensaje. Este poema expresa, como pocos de la colección, la angustia de tener que expresar la angustia usando palabras de las cuales es imposible escapar: (“domicilio-ascensor-portal-paradadeautobús-autobús-paradeautobús-oficinascubículo máquinadecafé-cubículo…).
Mario Álvarez parece tener la respuesta: meterle fuego a las palabras, aunque junto a ellas arda el propio Mario Álvarez. El no-lugar resultante será el único lugar donde podamos ser (“ir disminuyendo el ritmo vital, el pulso, hasta el colapso, … qué pasaría entonces, si desapareciéramos antes, si te dieran por muerto”, tú). El único vestido será la desnudez, la única gravedad el vuelo (“moriremos terrestres/ de gravedad extrema”, XIX). El esfuerzo por quemar las palabras y con ellas la tradición de la que forman parte, todo aquello que constituye el yo y que es ajeno al ser, es, en el fondo, sinceridad.
Sólo parece haber una salida: el silencio. Mario Álvarez dice “para qué tantas palabras”, dice “silencio/ partícula de Dios”, pero es un Dios al que el poeta sevillano pide palabras, como Bécquer, “palabras que fuesen a un tiempo/ suspiros y risas, colores y notas”, “palabra más que palabra”, dice Mario Álvarez, “palabra en llamas”, XXV.
El mayor tamaño de página de la colección “Poesía en tránsito”, de reciente creación, favorece la no puntuación del texto. La edición de Pedro Luis Ibáñez Lérida y Martín Lucía cuida al máximo los versos, unidades de sentido, separados únicamente mediante la distribución tipográfica, espacios verticales que son silencios. El diseño de portada al que Martín Lucía nos tiene acostumbrados imprime al poemario una estética particular. La constante fragmentación y el juego con las palabras de La palabra… piden, por último, un lector atento y dispuesto a jugar. Un lector dispuesto a arder.


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