jueves, 27 de febrero de 2014

Reseña de la "La palabra en llamas", por Mauricio Gil Cano en el Diario de Jerez


http://www.diariodejerez.es/article/ocio/1717843/la/palabra/llamas/mario/alvarez/porro.html
AUNQUE una muestra de su obra apareció en la antología Caleidoscopio, en 1997, no será hasta 2011 cuando Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977) publique  su primer poemario, Negociando el dolor, de manos de la firma sevillana ‘Ediciones En Huida’. En esta misma editorial ha visto también la luz su segundo libro, La palabra en llamas, en 2013. El volumen incluye un preludio de Rubén Muñoz Martínez que, partiendo de Aristóteles y Heidegger, define al poeta como “el-ser-en-silencio por excelencia” y se refiere a la obra de Álvarez Porro como “un honesto intento por intuir algunos de los silencios más propios de lo invisible”. El corpus poético, en el que se ha prescindido casi completamente del uso de mayúsculas, se presenta articulado en tres partes bien definidas. La primera, “el cielo derribado”, recoge doce breves composiciones donde, como particulares obsesiones, se suceden fuegos extinguidos, heridas, dolores, palabras…, en una nueva vuelta de tuerca al mito del ángel caído que identifica el silencio como “partícula de Dios”. 
 La segunda parte, “el lugar imposible (un poema sobremodernista)” da entrada a textos en prosa, a modo de monólogos interiores que cabalgan entre la narrativa urbana y el ensayo existencial. De esta manera, la “anonimia colectiva” se disuelve en ecos espacio-temporales, hasta borrar todo rastro y establecer nuevas vías de indagación introspectiva que confluyan en la desaparición del yo o en la intuición de una nueva mística de la nada.
En el tercer apartado, intitulado propiamente “la palabra en llamas”, el autor vuelve al verso, en veinticinco brevísimas y logradas composiciones. El poeta trasciende la realidad espacial para encontrarse con esa otra realidad revelada de la poesía. A través del lenguaje, percibe la espiritualidad con tintes visionarios, así como las analogías entre lo terrestre y lo celeste. El punto de llegada es “un silencio ensordecedor” donde “la palabra es más que palabra/ palabra en llamas”.  
El nuevo poemario de Mario Álvarez Porro acierta a elevarnos, a partir de su desasosiego inicial y siguiendo la estela de Valente o Juan Ramón, en la percepción de un misterio donde la materia se volatilizará para que las palabras ardan y quemen.

jueves, 23 de enero de 2014

Reseña de "La palabra en llamas", por José de María Romero Barea en Vísperas, revista contemporánea de reseñas literarias.


http://www.revistavisperas.com/la-palabra-en-llamas-de-mario-alvarez-porro/“Hace tiempo eres ceniza, pero siguen vivos, como ruiseñores, tus cantos”. Después de Calímaco no es posible escribir poesía, ni siquiera los versos más tristes. Ni esta noche ni nunca. El dolor de un poeta nunca está a la altura. Así que poemas los justos. Poetas los justos. Si acaso, los que saben callar. Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977) es uno de ellos.
“La poesía es una Ramera, se lanza a por ti, a adueñarse de todo”. Vicente Núñez condena a la poesía que nos aísla en una realidad auto-referencial, anulándonos. En La palabra en llamas (Ediciones en Huida, 2013), Mario Álvarez hace arder las palabras, las herramientas de la Ramera, pero su fuego es amigo, danza del juego, discurso ético y estético: la verdad es mentira. Su poemario es pura lírica, subjetividad, escritura sobre una escritura que ignora la mirada del Otro (que ya se sabe, desde Rimbaud, que es uno mismo): “… este dolor tan insatisfecho/ que vamos arrebatando al fracaso/ mientras bailamos entre sus cenizas”, XI.
La palabra… habla de callar, aunque “no un mero estar callado, sino esa actitud que nos orienta … hacia las simas insondables de la existencia”. Lo apunta el filósofo Rubén Muñoz en el prólogo. Negociando el dolor (Ediciones en Huida, 2011), opera prima del poeta sevillano, hablaba del desconsuelo de un poeta contra un mundo donde no existe el consuelo (“soy animal que echa a volar/ no soy animal que vuela…”, XXXVIII). En La palabra…, cada poema expresa la necesidad de escribir un poema, una poesía que nos acerque al dolor y al mismo tiempo nos libere (“si no alcanzan las palabras/ a llegar al cielo y volver … será que hay nombres sin nombre”, XXI). Pero las palabras no dejan comunicarnos, no permiten remontar el vuelo. De ahí el anhelo por hallar una expresión libre, estos poemas que reconocen de forma implícita y explícita a Bécquer, José Ángel Valente, Juan Ramón Jiménez, una tradición que expresa el horror ante la visión de la palabra, su división en significante y significado, su pertenencia a una tribu. En el poema en prosa “el lugar imposible” se lleva al límite la fragmentación de emisor y mensaje. Este poema expresa, como pocos de la colección, la angustia de tener que expresar la angustia usando palabras de las cuales es imposible escapar: (“domicilio-ascensor-portal-paradadeautobús-autobús-paradeautobús-oficinascubículo máquinadecafé-cubículo…).
Mario Álvarez parece tener la respuesta: meterle fuego a las palabras, aunque junto a ellas arda el propio Mario Álvarez. El no-lugar resultante será el único lugar donde podamos ser (“ir disminuyendo el ritmo vital, el pulso, hasta el colapso, … qué pasaría entonces, si desapareciéramos antes, si te dieran por muerto”, tú). El único vestido será la desnudez, la única gravedad el vuelo (“moriremos terrestres/ de gravedad extrema”, XIX). El esfuerzo por quemar las palabras y con ellas la tradición de la que forman parte, todo aquello que constituye el yo y que es ajeno al ser, es, en el fondo, sinceridad.
Sólo parece haber una salida: el silencio. Mario Álvarez dice “para qué tantas palabras”, dice “silencio/ partícula de Dios”, pero es un Dios al que el poeta sevillano pide palabras, como Bécquer, “palabras que fuesen a un tiempo/ suspiros y risas, colores y notas”, “palabra más que palabra”, dice Mario Álvarez, “palabra en llamas”, XXV.
El mayor tamaño de página de la colección “Poesía en tránsito”, de reciente creación, favorece la no puntuación del texto. La edición de Pedro Luis Ibáñez Lérida y Martín Lucía cuida al máximo los versos, unidades de sentido, separados únicamente mediante la distribución tipográfica, espacios verticales que son silencios. El diseño de portada al que Martín Lucía nos tiene acostumbrados imprime al poemario una estética particular. La constante fragmentación y el juego con las palabras de La palabra… piden, por último, un lector atento y dispuesto a jugar. Un lector dispuesto a arder.