AUNQUE una muestra de su obra apareció en la antología Caleidoscopio, en
1997, no será hasta 2011 cuando Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977)
publique su primer poemario, Negociando el dolor, de manos de la firma
sevillana ‘Ediciones En Huida’. En esta misma editorial ha visto también
la luz su segundo libro, La palabra en llamas, en 2013. El volumen
incluye un preludio de Rubén Muñoz Martínez que, partiendo de
Aristóteles y Heidegger, define al poeta como “el-ser-en-silencio por
excelencia” y se refiere a la obra de Álvarez Porro como “un honesto
intento por intuir algunos de los silencios más propios de lo
invisible”. El corpus poético, en el que se ha prescindido casi
completamente del uso de mayúsculas, se presenta articulado en tres
partes bien definidas. La primera, “el cielo derribado”, recoge doce
breves composiciones donde, como particulares obsesiones, se suceden
fuegos extinguidos, heridas, dolores, palabras…, en una nueva vuelta de
tuerca al mito del ángel caído que identifica el silencio como
“partícula de Dios”.
La segunda parte, “el lugar imposible (un
poema sobremodernista)” da entrada a textos en prosa, a modo de
monólogos interiores que cabalgan entre la narrativa urbana y el ensayo
existencial. De esta manera, la “anonimia colectiva” se disuelve en ecos
espacio-temporales, hasta borrar todo rastro y establecer nuevas vías
de indagación introspectiva que confluyan en la desaparición del yo o en
la intuición de una nueva mística de la nada.
En el tercer
apartado, intitulado propiamente “la palabra en llamas”, el autor vuelve
al verso, en veinticinco brevísimas y logradas composiciones. El poeta
trasciende la realidad espacial para encontrarse con esa otra realidad
revelada de la poesía. A través del lenguaje, percibe la espiritualidad
con tintes visionarios, así como las analogías entre lo terrestre y lo
celeste. El punto de llegada es “un silencio ensordecedor” donde “la
palabra es más que palabra/ palabra en llamas”.
El nuevo
poemario de Mario Álvarez Porro acierta a elevarnos, a partir de su
desasosiego inicial y siguiendo la estela de Valente o Juan Ramón, en la
percepción de un misterio donde la materia se volatilizará para que las
palabras ardan y quemen.